Llegamos a Kandy en bus desde Dambulla, siendo este el primero que tomamos en Sri Lanka. Viajar en bus en Asia siempre es entretenido, con los vendedores ambulantes subiendo en cada parada, música a todo volumen, y mayoría de locales que se montan y bajan con el bus en marcha. Y lo mejor, un conductor tocando la bocina cada 10 segundos y que se pasa más tiempo en el carril contrario que en el suyo propio, intentando esquivar tuk-tuks, motos, bicis, perros y vacas.
Una vez llegamos a la estación de Kandy cogimos un tuk tuk cuyo driver nos llevó a un alojamiento a su elección, el cuál nos gustó y en el que decidimos quedarnos. Se llamaba Seya Lake Hotel y se encontraba a apenas 3 minutos caminando del lago de Kandy, y a unos 15 minutos del centro.
Rápidamente nos cambiamos y salimos a dar una vuelta; Kandy es una de las ciudades más importantes de Sri Lanka, y Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1988. Destaca por su gran lago artificial, construido por el Rey Sri Vikrama Rajasinha en 1807, el cual se puede rodear en unos 40 minutos. Paseamos por el lago y por algunas de las calles principales de la ciudad, donde había bastantes comercios, y cenamos por allí antes de regresar a pie al hotel.
Al día siguiente nos levantamos pronto y siguiendo el consejo de la dueña de nuestra guesthouse, nos dirigimos en primer lugar al Templo del Diente, ya que a las 9:30 según nos dijo, se celebraría una ceremonia.
El Templo del Diente es el templo más venerado por los budistas de Sri Lanka. Cada día es visitado por miles de devotos y turistas que acuden a honrar una de las reliquias más importantes del budismo: el diente de buda.
Como en muchos lugares sagrados de Sri Lanka, es imprescindible llevar hombros y rodillas tapadas (tanto hombres como mujeres). En la entrada hay además un lugar donde poder dejar las zapatillas, ya que se debe acceder descalzo.
Llegamos a la entrada poco antes de las 9:30 y nos encontramos con muchas personas entrando al mismo tiempo. Desde fuera ya se podía escuchar sonidos de flautas y tambores, procedentes de la ceremonia. Un hombre mayor, seguramente viendo nuestras caras de despistados, se ofreció a hacernos de guía, pero declinamos la oferta ya que en principio preferíamos ir por nuestra cuenta; aunque una vez accedimos, aquello era bastante caótico. Veíamos gente yendo hacia todas direcciones: hacia arriba por unas escaleras, entrando en salas… todo muy acelerado, como si tuvieran prisa por algo. Salimos entonces fuera, ya que estábamos bastante perdidos, y le preguntamos al señor de la entrada por algún guía que nos pudiese indicar hacia donde ir y nos explicara el por qué del bullicio de esa mañana. Hizo un par de llamadas y al poco apareció el hombre mayor que se nos había ofrecido para guiarnos al principio. Nos metió a toda prisa, señalando su reloj y diciéndonos que no teníamos tiempo, y nos llevó a la segunda planta, donde apenas podíamos avanzar por la cantidad de gente que había. A empujones el señor consiguió meternos en el medio de toda la gente, desde donde pudimos ver un cofre dorado al que todo el mundo veneraba. Fueron pocos segundos, ya que al instante unos señores echaron una cortina; no se volvería a abrir hasta esa tarde-noche.
Pasados esos momentos de jaleo, el guía, que se llamaba Mister Somapala, nos explicó que lo que había dentro de ese cofre era el dienta de buda; traído desde la India hace 1700 años, recorrió diferentes ciudades srilanquesas hasta que finalmente llegó a Kandy en el siglo XVI. Se puede contemplar tres veces al día, cuando es admirado por cientos de personas.
Una vez nos explicó todo, nos dio un poco de rabia no haber sabido desde el principio que el diente se encontraba en la planta de arriba, pues habríamos ido allí directamente, y podríamos haber visto la ofrenda con un poco más de calma… El guía nos comentó que por la tarde se repetiría la ceremonia, y sugirió que habláramos con el señor de la entrada para explicarle que habíamos llegado tarde y que no nos había dado tiempo ver el diente… Quizás al final del día tendríamos tiempo para volver….
A continuación seguimos con la visita, ya que Mr. Somapala se quedaría con nosotros un rato más; pasamos a una sala con un montón de budas, cada uno de ellos donados por un país diferente: Tailandia, Korea, Japón… En esa misma sala en las paredes se veían cuadros con pasajes que rememoraban el recorrido que llevó a cabo el diente de buda, desde su salida de la India hasta su llegada a Kandy, hace 500 años, tal como el guía nos había explicado minutos antes.
En el mismo edificio, pudimos también visitar el museo del budismo, en el que se hace un recorrido por la historia de la religión budista y los templos más importantes de 17 países diferentes.
Otra historia curiosa que nos contó el guía fue la referente a un elefante llamado Raja, cuyos restos disecados contemplamos en una de las salas del templo. Cada verano en Kandy tiene lugar un conocido desfile llamado «La Procesión Esala de Kandy«, o «Festival del Diente«, que es la celebración más importante de la ciudad, en la que se homenajea, como no podía ser de otra forma, al diente de buda. Raja desfiló en esta procesión durante 50 años consecutivos, portando el cofre dorado con el diente en su lomo, convirtiéndose así en un icono del desfile, y en uno de los elefantes más famosos de Asía. Tanto, que el presidente de Sri Lanka nombró a Raja «tesoro nacional», en reconocimiento a su servicio a la religión y cultura de Sri Lanka. La imagen de Raja llegó incluso a aparecer en los billetes de 1000 rupias del país.
Salimos del templo, finalizando ahí la visita, y nos despedimos de Mister Somapala, dándole las gracias por todo lo que nos había enseñado. Muchas veces, bien sea por las prisas, por ahorrar algo de dinero, o incluso por temor a que nos engañen, preferimos ir por nuestra cuenta y visitar los lugares por libre…. aunque es cierto que en ocasiones con un guía o persona que te explique puedes ver más allá de lo que verías por cuenta propia, y en el Templo del Diente de Kandy nos suedió esto último.
Mister Somapala nos dejó su email de contacto por si hubiese alguien interesado en hacer algún tour guiado en Kandy con él. somapalakandy@yahoo.es Igualmente, en las inmediaciones del templo son varios los guías que se ofrecen para realizar alguna visita.
Tras la visita, cogimos un tuk tuk para dirigirnos al Jardín Botánico de Peradeniya, a 6 km de Kandy. Este jardín botánico está considerado uno de los mejores del mundo, por lo que merece la pena pasarse por allí si se visita Kandy. Nosotros estuvimos unas 3 horas paseando por el complejo, contemplando toda aquella diversidad de plantas y árboles.
Entre los más de 10,000 árboles y flores del parque, destacan el bambú gigante de Birmania, la gran higuera de Java, el boulevard de las palmeras, o el jardín de orquídeas.
Mientras caminábamos por el jardín se produjo la anécdota del día, cuando un grupo de monjes muy jóvenes se nos acercaron para preguntarnos de donde éramos y si nos gustaba su país, y nos comentaron que estaban estudiando inglés y que solían hablar con los turistas para practicar. A continuación uno de ellos nos pidió una foto, y ahí se abrió la veda: nos hicimos fotos con cada uno de los chicos. Nosotros no quisimos ser menos, y palo-selfie en mano inmortalizamos el simpático momento 🙂
De vuelta en Kandy, paramos en el Mercado Central, donde comimos algo y aprovechamos para comprar algunos souvenirs.
Después, fuimos a visitar Bahiravokanda Vihara Buddha Statue. Esto es una gran estatua blanca de buda, situada en lo alto de una montaña y visible desde muchos puntos de la ciudad. De nuevo, el medio de transporte que usamos fue un tuk tuk, quien nos llevó, nos esperó, y nos bajó de vuelta a la ciudad.
En lo alto de la colina, además de la estatua en sí, destacan las vistas que se tienen de todo Kandy, en la que sobresale su lago.
Para entonces eran ya casi las seis, momento de volver al templo del diente e intentar ver en condiciones el famoso cofre del diente de buda.
Llegamos al templo, y en la taquilla se encontraba el mismo hombre de la mañana, quien se acordaba de nosotros y nos dejo acceder sin pagar por un nuevo ticket. Ya conocedores del camino, pasamos por un pequeño altar en la entrada, en la que se celebraba algo así como ceremonia con tambores, y seguidamente fuimos a la planta superior, donde en una mesa había un montón de ofrendas, aunque sin demasiada gente al ser aún algo temprano. Con el paso de los minutos la sala se fue llenando de fieles budistas que rezaban, hasta que a las 18:30 llegó el momento tan esperado: se abre el telón, y comienza el desfile de devotos frente al altar, pudiendo contemplar el cofre esta vez sí, con detalle. Objetivo cumplido!
De esta forma acabábamos la ruta por el Triángulo Cultural de Sri Lanka, cuatro intensos días en los que vimos hasta cinco lugares declarados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Al día siguiente comenzaríamos la segunda parte de este viaje, que nos llevaría por las tierras altas del país.